En la más reciente conferencia de biodiversidad de la ONU (COP15) en Montreal, las partes acordaron proteger un 30% de la superficie terrestre destinada a conservación para el 2030. Esta fue una de las varias metas propuestas, que enmarcaron la importancia de salvar especies de la extinción porque son claves para el florecimiento de la humanidad.
Mis colegas de ARocha internacional también participaron. Además de subrayar la importancia de conservar otras especies para la supervivencia humana, aprecio que hayan presentado una perspectiva cristiana de por qué la extinción le importa a Dios (ver páginas 12-13). En resumen, cada especie tiene su propio valor intrínseco como criatura que Dios ha creado, ama y sostiene. Cada una tiene algo único que mostrarnos sobre la revelación de Dios (Romanos 1:20). Cada una tiene un lugar en la creación renovada que Dios ha iniciado a través de Cristo, renovación de la que nos invita a participar a cada uno de nosotros.
De regreso a las imágenes del libro de Apocalipsis, algunas de mis favoritas aparecen en los últimos capítulos, donde la ciudad de Dios desciende a la tierra. “Dios se mudó al vecindario, haciendo su hogar entre hombres y mujeres” (Apoc. 21:3, MSG). ¿Podría también agregar que Dios se mudó con las monarcas, los pumas y las algas?
En el último capítulo de Apocalipsis, encontramos la imagen de un río de vida que fluye desde el trono de Dios y de un árbol plantado a cada lado del río, produciendo frutos y hojas para sanar a las naciones (22:1-2). Aquí podemos ver que no son solo los humanos los que glorifican a Dios. Árboles, ríos, frutas y hojas también son parte del cuadro. Y estos son solo los elementos de la naturaleza que son visibles para el autor.
Sabemos que los árboles se comunican unos con otros a través de una red de micorrizas bajo el suelo. Producen frutos con la ayuda de aves, chinitas, abejas y otros polinizadores. Los insectos, a su vez, dependen de otros aliados invisibles –microorganismos en el suelo, en sus sistemas digestivos y en los jardines. El agua tampoco existe por sí sola. Es filtrada por rocas y sedimentos, que son formados por procesos geológicos en las profundidades de la tierra. Cada parte de la creación que podemos ver, forma parte de una ‘comunidad de la creación’ (citando al teólogo indígena Randy Woodley) mucho más grande y usualmente imperceptible. Ningún elemento existe sin todos los demás.
Es poco claro cómo estos procesos naturales, desde la comunicación de los árboles a la filtración del agua, continuarán sucediendo en los cielos y tierra nueva. Pero tenemos un Dios que ama usar elementos materiales, quien todavía come pescado en su forma resucitada (Lucas 24:42-43), que provee vino para un banquete de bodas utilizando agua y jarros de piedra (Juan 2), que dio vista a un ciego usando tierra y saliva (Juan 9:6-7). Es por eso que sospecho que en la creación renovada estos procesos naturales, de alguna forma continuarán siendo parte de las maneras de Dios en el mundo.
Eso significa, por consecuencia, que los huemules les importan a Dios. Ellos, también, glorifican a Dios y están incluidos en el deseo de Dios de restaurar todas las cosas. Sin el huemul, algo falta.
Mientras continuamos con la discusión de la importancia de la biodiversidad, no nos olvidemos de la vastedad de nuestras comunidades, que incluyen a los humanos tanto como a todas las otras criaturas no-humanas de la creación. Prioricemos la biodiversidad así como lo hacemos con la diversidad cultural. Queremos a todos y a todo lo que Dios ha creado en el trono adorando al Cordero de Dios en la renovación de los cielos y la tierra.