ARTÍCULO
Hemos adquirido una visión sobre la diversidad cultural, pero ¿qué hay de la biodiversidad?
por Liuan Huska
Los huemules están desapareciendo en Patagonia. Con sus largas, móviles orejas y sus amables formas, esta especie, la más austral de todos los venados, es un querido ícono de la resiliencia y belleza de la región. Según estimaciones recientes, hay menos de 1500 individuos de huemules vivos en el mundo. Están en la lista roja de especies en peligro de la UICN.
Durante nuestro sabático familiar en Sudamérica, visitamos varios hábitat de los huemules. Parados en las áreas protegidas donde estos amigables animales vagan, llama la atención cuán precaria es su existencia. Sólo unas cientos de hectáreas más deforestadas, o algunos años de olas de calor extremas devastando las plantas de las que se alimentan, y podría no haber más huemules deambulando por el planeta.
Siento una roca de dolor en mi estómago al pensar en esto. Pero otra voz, una más práctica—el abogado del diablo, supongo— suena más fuerte: «¿Y qué? Otras especies se han extinguido en el pasado. ¿Importa realmente la extinción del huemul en la gran panorámica de todas las cosas? Y no te afecta personalmente, así que ¿para qué ponerse triste?»
Nos hemos vuelto más conscientes de la diversidad cultural en las últimas décadas.
Especialmente cristianos con un pensamiento más académico, forman parte de una conversación regular en nuestras organizaciones y comunidades sobre cómo realmente incluir y empoderar a personas de todas las razas y contextos. De hecho, como miembro del directorio de ARocha Estados Unidos, una organización sin fines de lucro cristiana de conservación, recientemente he facilitado un proceso de integrar prioridades de diversidad cultural en nuestra organización.
Hay claros paralelos entre la diversidad cultural y la biodiversidad. Valoramos las distintas formas de vida–desde los humanos a las plantas y los hongos–porque Dios creó cada uno de ellos. Pero regularmente, las organizaciones priorizan una forma de diversidad por sobre la otra.
La biodiversidad alimenta la diversidad cultural
Hay una gloriosa imágen, bastante aludida, en Apocalipsis sobre la venida el reino de Dios, donde ‘todas las naciones y tribus, todas las razas y lenguas” (Apocalipsis 7:9 MSG) alaban frente al trono del Cordero. Me imagino esto como una multitud vasta y colorida de humanos tocando tambores, sacudiendo mantas y agitando sonajeros. Pero ¿de dónde vienen estos conceptos? ¿Cómo surgió este lenguaje–con el que adoramos a Dios– tan particular?
Como lo reconocen distintas sociedades indígenas alrededor del mundo, somos formados por la tierra. Nuestras identidades, comidas favoritas, incluso nuestras palabras, surgen de las diversas formas y texturas de las precipitaciones, viento, flora y fauna alrededor de nosotros. Nuestros tambores han sido tallados de árboles como los arces, abedules, vides, jatobas, entre muchos otros. Nuestras telas son tejidas con hilos, quizás provenientes de ovejas, plantas de algodón o gusanos de seda. Nuestras marimbas, maracas y rakataks están hechas de calabazas que crecen en distintos rincones de la tierra. Mucha de la infinita creatividad de la cultura humana, desde la música y la poesía a las delicias culinarias, surge de los materiales que ofrece la naturaleza. Naturaleza y cultura no pueden desenredarse.
Aquí en el sur de Chile, donde hemos estado un mes con mi familia, hemos disfrutado la tarta de maqui y calafate, frutos que tiñen los labios de color morado. Hemos admirado el intenso rosado y colgante copihue, que es la flor nacional de Chile. Hemos saboreado los suculentos mariscos que han inspirado la poesía de Pablo Neruda, incluyendo el poema de 73 líneas llamado «Oda al Caldillo de Congrio». Mientras que algunos de los elementos que inspiran la cultura chilena son estables, otros están bajo amenaza por la pérdida de hábitat, sobreuso y cambio climático. ¿Cómo sería Chile sin el huemul, la flor del copihue o el caldillo de congrio?
Un reciente reporte de la ONU, estima que más de un millón de especies están actualmente en peligro de extinción, y la tasa de extinción está aumentando. Ya hemos perdido al menos el 20% de abundancia de especies nativas en hábitats terrestres desde el 1900. Los humanos seguramente seguiremos viviendo y siendo creativos con lo que queda, pero estaremos funcionando con una capacidad disminuida.
¿Por qué? Porque nuestro bienestar está entretejido con el bienestar de todo el resto de la creación. La biodiversidad alimenta la diversidad cultural. También contribuye a nuestra habilidad de resistir los venideros cambios climáticos. En la actualidad, agrónomos ya están explorando componentes genéticos de parientes salvajes de cultivos para seleccionar genes resistentes a las sequías, temperaturas extremas y otras embestidas del clima. Los hotspots de biodiversidad son la clave para nuestra habilidad de sobrevivir a un planeta que se calienta y presenta climas más extremos. Así como los equipos diversos logran decisiones más inteligentes y con mejores resultados, así también los ecosistemas más diversos tienen más recursos a su disposición para adaptarse a un futuro impredecible.
El valor de cada criatura
En la más reciente conferencia de biodiversidad de la ONU (COP15) en Montreal, las partes acordaron proteger un 30% de la superficie terrestre destinada a conservación para el 2030. Esta fue una de las varias metas propuestas, que enmarcaron la importancia de salvar especies de la extinción porque son claves para el florecimiento de la humanidad.
Mis colegas de ARocha internacional también participaron. Además de subrayar la importancia de conservar otras especies para la supervivencia humana, aprecio que hayan presentado una perspectiva cristiana de por qué la extinción le importa a Dios (ver páginas 12-13). En resumen, cada especie tiene su propio valor intrínseco como criatura que Dios ha creado, ama y sostiene. Cada una tiene algo único que mostrarnos sobre la revelación de Dios (Romanos 1:20). Cada una tiene un lugar en la creación renovada que Dios ha iniciado a través de Cristo, renovación de la que nos invita a participar a cada uno de nosotros.
De regreso a las imágenes del libro de Apocalipsis, algunas de mis favoritas aparecen en los últimos capítulos, donde la ciudad de Dios desciende a la tierra. “Dios se mudó al vecindario, haciendo su hogar entre hombres y mujeres” (Apoc. 21:3, MSG). ¿Podría también agregar que Dios se mudó con las monarcas, los pumas y las algas?
En el último capítulo de Apocalipsis, encontramos la imagen de un río de vida que fluye desde el trono de Dios y de un árbol plantado a cada lado del río, produciendo frutos y hojas para sanar a las naciones (22:1-2). Aquí podemos ver que no son solo los humanos los que glorifican a Dios. Árboles, ríos, frutas y hojas también son parte del cuadro. Y estos son solo los elementos de la naturaleza que son visibles para el autor.
Sabemos que los árboles se comunican unos con otros a través de una red de micorrizas bajo el suelo. Producen frutos con la ayuda de aves, chinitas, abejas y otros polinizadores. Los insectos, a su vez, dependen de otros aliados invisibles –microorganismos en el suelo, en sus sistemas digestivos y en los jardines. El agua tampoco existe por sí sola. Es filtrada por rocas y sedimentos, que son formados por procesos geológicos en las profundidades de la tierra. Cada parte de la creación que podemos ver, forma parte de una ‘comunidad de la creación’ (citando al teólogo indígena Randy Woodley) mucho más grande y usualmente imperceptible. Ningún elemento existe sin todos los demás.
Es poco claro cómo estos procesos naturales, desde la comunicación de los árboles a la filtración del agua, continuarán sucediendo en los cielos y tierra nueva. Pero tenemos un Dios que ama usar elementos materiales, quien todavía come pescado en su forma resucitada (Lucas 24:42-43), que provee vino para un banquete de bodas utilizando agua y jarros de piedra (Juan 2), que dio vista a un ciego usando tierra y saliva (Juan 9:6-7). Es por eso que sospecho que en la creación renovada estos procesos naturales, de alguna forma continuarán siendo parte de las maneras de Dios en el mundo.
Eso significa, por consecuencia, que los huemules les importan a Dios. Ellos, también, glorifican a Dios y están incluidos en el deseo de Dios de restaurar todas las cosas. Sin el huemul, algo falta.
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